Definir la identidad humana se presenta como un constructo complejo y multifacético, que se forma y evoluciona a lo largo de la vida a través de una serie de aprendizajes y experiencias. «Somos el reflejo» encapsula de fondo esta idea, sugiriendo que cada aspecto de nuestra existencia, desde cómo nos comportamos hasta lo que comemos, está influenciado y moldeado por estos factores emocionales de referencia, los adultos con los que nos relacionamos son referente básico de nuestra forma de presentarnos.
Desde el momento de nacer, estamos inmersos en un entorno que nos enseña y determina a ser lo que somos. La familia, la cultura, la sociedad y las experiencias individuales juegan roles cruciales en la ratificación de nuestra identidad, más basado en la idea que, los registros iniciales dan forma al contacto inicial con él que tomaremos las experiencias de la vida. Aprendemos valores, creencias y normas a través de la observación y la imitación de aquellos a nuestro alrededor. Los padres, en particular, actúan como modelos a seguir, influyendo en nuestros primeros conceptos de identidad y autopercepción.
El comportamiento humano es un reflejo de las normas y expectativas sociales en las que vive. A través de la socialización, internalizamos las reglas y los comportamientos considerados apropiados en nuestra cultura, introyectamos las reglas familiares de los adultos con los que convivimos. Desde la infancia, somos enseñados a comportarnos de ciertas maneras en diferentes contextos: en casa, en la escuela, en público. Estos aprendizajes están a menudo reforzados por recompensas y castigos, que nos guían hacia la conformidad con las normas sociales.
La alimentación es otra área en la que somos profundamente influenciados por nuestro entorno. Las elecciones alimenticias están determinadas por factores culturales, familiares y personales que se dan de manera inconscientes. Lo que consideramos comida «normal» o «apetecible» está en gran medida dictado por las tradiciones culinarias a las que estamos expuestos. Además, los hábitos alimenticios se transmiten de generación en generación, creando una continuidad cultural en nuestras dietas.
Las respuestas emocionales y comportamentales a las situaciones de la vida también son aprendidas, el carácter en los primeros años se moldea por nuestras primeras expreriencias, sumadas con el temperamento es lo que define nuestra personalidad. A lo largo de nuestras vidas, desarrollamos mecanismos de afrontamiento basados en nuestras experiencias pasadas y en las estrategias que observamos en los demás. Estos mecanismos pueden ser adaptativos o desadaptativos, influyendo en nuestra capacidad para manejar el estrés, la adversidad y los desafíos cotidianos.