Vivimos en una sociedad donde es común que depositemos expectativas en las personas que nos rodean, en muchas ocasiones, estas ideas de lo que son los otros, solo están en nosotros (ideas, pensamientos, creencias) y ni siquiera se lo hemos compartido. Esperar conductas, respuestas y actitudes que coincidan con lo que deseamos a menudo puede generar, sin darnos cuenta, frustración y desencanto.
No subestimar, pero tampoco sobreestimar. Subestimar a alguien significa restarle valor a sus capacidades o intenciones. Esto suele desmotivar y afectar la relación. Por otro lado, sobreestimar a las personas implica atribuirles cualidades que no tienen, o creer que actuarán de formas que realmente no están en su naturaleza. Los dos esquemas terminan limitando y deteriorando la relación.
Tenemos que empezar por alguna parte.
– Punto de equilibrio: Reconocer tanto las fortalezas como las limitaciones de los demás, sin expectativas irreales. Esto requiere tiempo. Si generamos ideas de una persona sin tomar en cuenta el tiempo, es una idea o prejuicio.
– Respeto mutuo: Para entender que cada individuo tiene su propio ritmo, valores y motivaciones, será necesario fomentar el respeto y entender que, como nosotros, solo nosotros.
El desgaste de “esperar lo que no llega”. Mantener una expectativa firme sobre algo que nunca se cumple, consume energía emocional y mental, genera un desgaste que impacta en la confianza y en la capacidad de sostener relaciones sanas. Peor aún, cuando justificamos constantemente las ausencias o carencias de esa persona, prolongamos nuestro propio sentir de lo que sucede, nos duele y detona en sufrimiento.
En este sentido, será necesario:
– Identifica señales: A veces es evidente que alguien no cumplirá ese rol o promesa que esperamos. Reconocerlo pronto evita mayor decepción, reconocer lo que pasa no es malo o bueno, solo es reconocer lo que no pasa.
– Evita la negación: Aceptar los hechos (aunque duelan) es más saludable que encubrirlos con pretextos que perpetúen la ilusión, eviten la justificación. Las cosas que pasan, simplemente pasan y no alteran lo que pasa por negarlo o por justificarlo.
La responsabilidad de cada uno, es un trabajo individual.
Muchas veces, esperamos que los demás actúen para suplir vacíos o necesidades propias, variables que no conocen, que no entienden o que ni siquiera tienen idea. Sin embargo, cada persona es responsable de su comportamiento y no está obligada a cumplir expectativas ajenas. Tener clara esta idea no dará una nueva orientación; es importante no esperar lo que los demás no saben qué tienen que hacer, o qué es lo que se espera.
Será necesario que las personas generen:
– Trabajo personal: Reflexiona sobre, qué es lo que anhelas y cómo puedes cubrirlo en primera instancia contigo mismo, no dejar la idea en los demás o el logro en función de otros.
– Comunicación asertiva: Si verdaderamente necesitas algo de alguien, exprésalo con claridad, en lugar de esperar que “adivine” tus deseos, pídelo. Puede no cumplir, no es garantía, pero la probabilidad de que suceda es diferente.
– Aceptar sin resignarse: Aceptar la realidad de los otros no significa conformarse o perder la esperanza en las relaciones humanas. Más bien, implica reconocer el alcance de lo que sí pueden ofrecernos y lo que no.
– Mantén la apertura: Es posible que esa persona, con el tiempo, adquiera nuevas habilidades o cambie de perspectiva. Si eso pasa, estarás listo para valorar su evolución sin haberle impuesto tus expectativas.
– Cuida tus límites: Al mismo tiempo, traza una línea clara si esas conductas o ausencias te perjudican emocionalmente.
El verdadero reto es manejar nuestras expectativas de manera clara, transparente y objetiva: no se trata de ver a los demás con pesimismo, sino de no atribuirles cualidades o roles que no les corresponden. Soltar aquello que no llega y evitar justificaciones constantes nos libera de frustraciones y nos permite relacionarnos desde un lugar más realista y compasivo.
¡CUIDADO!. Nadie está obligado a cumplir nuestros deseos o necesidades, del mismo modo que nosotros no estamos obligados a soportar lo que no nos hace bien. Equilibrar ambas verdades nos conduce a relaciones más sanas y auténticas, en las que se respeta la individualidad y se valora cada aporte, por pequeño que parezca.