Perder a un hijo es una de las experiencias más devastadoras que puede vivir una persona. No existe un término para quien ha sobrevivido a un hijo. Esto refleja la magnitud del sufrimiento que conlleva esta pérdida. En hebreo, existe la palabra “shjol” para describir a una persona que ha perdido a un hijo. La escritora colombiana Bella Ventura acuñó el término “Alma mocha” para describir esta condición.
La muerte de un hijo es un tema tabú, relacionado con lo prohibido y lo sagrado, y a menudo es innombrable por el temor de que nombrarlo pueda hacerlo real. Freud sugirió reemplazar el apotegma “Si vis pacem, para bellum” (Si quieres paz, prepárate para la guerra) por “Si vis vitam, para mortem” (Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte), cuestionando si es posible prepararse para la muerte de un hijo, algo que contradice la ley natural según la cual un hijo entierra a su padre. El duelo por la pérdida de un hijo es una experiencia singular y profundamente devastadora. La intensidad de este dolor se debe a la enorme inversión emocional y al significado profundo que los hijos tienen en la vida de sus padres. La muerte de un hijo no solo representa una interrupción abrupta en la continuidad generacional, sino que también confronta directamente a los padres con su propia mortalidad y cuestiona su identidad parental. Los hijos, a menudo, son vistos como una extensión del yo, una forma de inmortalidad proyectada que se desmorona violentamente con su muerte.
¿qué sucede cuando la pérdida implica la esencia misma de nuestra existencia, cuando fallece un hijo, cuando nos es arrebatado quien nos precede, la vida que hemos amado y cuidado incondicionalmente? Ahí es donde encontramos más sentido en aplicar el término “quien aún no está muerta”.SHJOl, una palabra que encapsula el dolor más profundo, el vacío más abismal: la muerte de un hijo. Llevar la etiqueta de SHJOl es adentrarse en un territorio desconocido, donde cada día es una batalla contra la añoranza de quien se fue, una lucha constante por encontrar un sentido en una realidad que desafía cualquier comprensión. ¿Cómo vivir sin nuestro hijo?
Nos preguntamos si alguna vez seremos capaces de llenar el vacío dejado por su ausencia, si algún día podremos reconciliarnos con la vida que continúa sin ellos. El fallecimiento de un hijo es un acontecimiento devastador que sacude los cimientos de cualquier familia. La pérdida de un ser tan querido y vulnerable trae consigo un torbellino de emociones abrumadoras y un profundo vacío que parece difícil o imposible de llenar. Desde mi experiencia como psicóloga clínica, me atrevería a decir que no conozco un sufrimiento mayor. Es por eso, por lo que he escrito una trilogía sobre este tema, abordándolo desde el duelo anticipado, ya que la joven protagonista de esta novela padece una enfermedad rara y terminal.
No hay un marco de tiempo para el duelo, y no ocurre en etapas predecibles, es importante entender que cada momento es único. El duelo por la pérdida de un hijo es un proceso largo y doloroso, que requiere tiempo, paciencia y compasión consigo mismo. El duelo es experimentado de manera única por cada persona y viene y va de diferentes maneras con el tiempo y los propios cambios del sistema familiar o de cada uno de los padres, los hermanos, los abuelos. Podemos visualizar este duelo como un camino sinuoso lleno de baches que a veces causa retrasos y a veces se siente suave. A medida que la familia atraviesa este camino, puede experimentar cambios profundos en su perspectiva de la vida, sus valores y sus prioridades. El tiempo será el aliado que les impulse a enfrentarse a preguntas existenciales sobre el sentido de la vida, la justicia del universo y la naturaleza del dolor humano.
La familia se enfrenta a una montaña rusa emocional, pasando por momentos de shock, negación, ira, tristeza profunda, miedo y culpa. Este dolor es único y complejo, y cada persona lo vive de manera diferente, según su historia personal de pérdidas, su relación con el hijo fallecido, su sistema de creencias, sus apoyos y su cultura. Después de la pérdida de un hijo, es normal experimentar una amplia gama de emociones, incluyendo desesperación, tristeza, ira y anhelo. Estos sentimientos serán más dolorosos inicialmente durante la fase de duelo agudo. Con el tiempo, sin embargo, las emociones más difíciles asociadas con el duelo se volverán más fáciles y existirán en segundo plano en lugar de ser absorbentes.
- Confusión
- Shock o sensación de entumecimiento
- Ira o rabia
- Negación
- Tristeza abrumadora
- Sentir que no puedes continuar
- Sentirte culpable o preguntarte si podrías haber hecho algo
- Incapacidad para funcionar o completar tareas diarias
- Ideación suicida
Además, el duelo por la pérdida de un hijo puede tener un impacto profundo en las relaciones familiares y sociales. Algunas familias se unen aún más en su dolor, fortaleciendo los lazos familiares y encontrando consuelo en el apoyo mutuo. Sin embargo, otras familias pueden enfrentarse a conflictos y tensiones, ya que cada miembro de la familia lidia con la pérdida de manera diferente.
Para muchos padres en duelo, es natural querer aislarse de los demás durante el duelo, especialmente aquellos que traen recuerdos de la muerte. Es doloroso responder preguntas de otros, pasar por experiencias diarias normales sin tu hijo, hablar sobre ti mismo como un padre que perdió un hijo y ver a sus compañeros de clase crecer.
Es importante buscar apoyo mientras se estás de luto por la pérdida de un hijo. Ya sea ayuda profesional o basada en grupos de apoyo. Toma impulso y pide ayuda hasta que encuentres aquella que resuena contigo. Buscar apoyo puede ayudarte a darle sentido a la pérdida y trabajar a través de las partes más difíciles del duelo.