“Ayudar no es hundirse: cuando alguien se ahoga, extiende la mano”

Hay momentos en que las personas se encuentran emocionalmente al límite: hundidas en la ansiedad, atrapadas por la tristeza, asfixiadas por un problema o una crisis personal. En esos momentos, lo último que necesitan es una lección.

Cuando alguien se está ahogando, no es momento de enseñarle a nadar.
Es momento de actuar. De estar. De sostener.
Y, sobre todo, de ayudar sin perder tu estabilidad.

En salud mental, esto es fundamental:
Las personas en crisis no necesitan sermones ni análisis en ese instante. Necesitan un salvavidas humano: alguien que no minimice su dolor, que no lo compare, que no lo cuestione, sino que esté presente sin invadir.

Pero hay una advertencia importante:
No puedes salvar a alguien si tú no estás a salvo.
Ayudar desde el dolor, desde el caos o desde la culpa puede llevarte a hundirte junto con quien quieres rescatar. Por eso, el primer acto de amor auténtico es cuidarte tú, para poder cuidar al otro.

Esto no es egoísmo. Es supervivencia emocional.

Ayudar no es cargar, no es resolver, no es sacrificarse hasta el agotamiento. Es estar con el otro, ofrecer apoyo, contención y, cuando sea posible, guía.
Pero primero… hay que sacar la cabeza del agua.
Luego, enseñamos a nadar.

Y si tú también estás ahogándote, recuerda:
pedir ayuda no es debilidad, es valentía.

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